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#5: Mente y fuerza

El equipo fucsia volvió a perder. Últimamente, no estaban en racha. Con ésta, ya eran tres derrotas en un breve lapso de tiempo. Un hecho de lo más frustrante que podría enfurecer, hasta la más pacífica. Quien peor se lo estaba tomando, era una jugadora del mismo equipo, conocida por su agresivo estilo a la hora de competir.

África era una jugadora fucsia de puntuación media, pero de gran efectividad. Nunca retrocedía, siempre se mantenía firme ante el peligro, y la mayor parte de las jugadoras rivales se apartaban de su camino en cada ronda. Por desgracia, eso la convertía en un blanco fácil al mismo tiempo.

Odiaba perder. Y ante la evidencia de una futura derrota, se replanteaba seriamente si cambiar de equipo. Hasta el momento, las jefas del equipo fucsia Clara y Mery no han hecho más que mantener al bando unido. Para alguien como África, eso no basta.

Necesitaba ganar. Quería sentir la victoria en su carne. Saber, que su esfuerzo y determinación le harían destacar, la ilusionaba con marcar la diferencia en la competición. En especial contra dos equipos tan miserables como el malva y el verde.

Como si la hubieran oído maldecir, una jugadora del equipo malva se topó con ella. La joven África caminaba por el patio trasero de la residencia. Tenía amigas, pero cuando se enfadaba prefería estar sola. Y en ese momento, aquella niña parecía desear privarle de su soledad.

—Tu equipo me da pena. Estáis perdiendo todo el rato. Tendrías que cambiar de equipo si quieres ganar. Bueno, no creo que Astrid te meta en el equipo malva. Solo quiere a chicas listas, y tú no lo pareces.

África miraba fijamente aquella niña, mientras la escuchaba en silencio. Es algo típico del equipo malva, sus jugadoras van de listas y se creen mejor que nadie. Pese a ello, no le faltaba razón. El equipo fucsia perdía, y África consideraba seriamente, cambiar de bando.

Presa de un impulso involuntario, África sonrió mirando a la chica malva.

—¿Dónde guardas la pistola?
—No la llevo encima. La guardo siempre en mi habitación.

Se hizo una pausa. De pronto, África sacó su pistola cápsula del bolsillo trasero del pantalón, alertando a la jugadora malva.

—Pues yo sí que la llevo.

Con una fulminante mirada, África dirigió la punta de su arma en dirección, al rostro de la jugadora malva. Ésta, dejó de sonreír. Ya no parecía tan segura de sí misma, y empezaba a arrepentirse de lo que había dicho.

—¡Oye, oye, oye! ¡No puedes disparar aquí! ¡Está prohibido!

Un disparo de pintura impactó en la pared, a la derecha de la jugadora malva. Un leve grito fue callado por la intensidad del momento.

—Que te calles de una vez. Imbécil.

Definitivamente, la jugadora malva perdió todo razonamiento que pudo tener alguna vez. En su lugar, un inevitable miedo surgía de su interior, bloqueándola mentalmente ante un peligro inminente. Si quería salir de ésta, mejor mantenerse callada, era todo lo que podía pensar.

La furiosa África seguía apuntándole. Era consciente de las normas. No podía disparar fuera de las horas de juego. Si desobedecía, sería expulsada de la competición. Pero, ¿Realmente valía la pena?

—Las del equipo malva os creéis las más listas del mundo. Os pensáis, que vuestra forma de jugar es la mejor. Y encima os reís de las que no son como vosotras. Pues te voy a decir una cosa, cerebrito. Ahora, la que se ríe soy yo.

La jugadora malva seguía escuchando, con la respiración agitada y un temblor persistente por ambas piernas.

—Entérate bien, niñata. En Capsul, lo más importante no es la cabeza. Es la fuerza. Y yo…soy más fuerte que tú.

De nuevo, el canto de los pájaros a lo lejos llenó el vacío que ocasionaba la situación. El grito de África lo cambió todo.

—¡PÍRATE!

Dispuesta en obedecer a cualquier precio, la jugadora malva salió corriendo de allí. Se apresuró en taparse la cara para ocultar sus lágrimas, aunque poco le podría importar a la ruda jugadora fucsia.

Por una extraña sensación imposible de describir, África ya no parecía dispuesta en cambiar de equipo tan pronto. No con tanta estupidez incordiando alrededor. Y una cosa era cierta, en cualquier aspecto: la fuerza podía cambiar el resultado, ya fueras la más lista, o la más imprudente.

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