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#16: Mano a mano

—¡Aparta de ahí, estúpida!—gritó Paula—¡Te van a mojar!

Su compañera no tuvo que protestar. Obedeció sin dudarlo, pues en medio de aquel desorden sin prevención, el característico torrente de Paula la guiaría con tal de ponerla a salvo.

La ronda había comenzado apenas un par de minutos, y el equipo verde ya volvía a estar en desventaja. Paula lo sabía, por ello trataba de eludirlo con motivación verbal. Dado a encontrarse sentada en el suelo, cubierta de pintura fucsia, y apoyada en una pared como única cobertura, resultaba difícil mantener la calma y pensar con frialdad, al mismo tiempo.

—¡¿Dónde está la Coraima?!—preguntó gritando Paula.
—¡La he visto al otro lado del pasillo! ¡No sé cuanta munición le queda!

—¿Y la Ivette?—cuestionó Paula—¡¿Dónde está?!

Su compañera se encogió de hombros. Refunfuñando y resoplando, Paula cambió la cápsula vacía de su pistola por otra llena. “Una más y me quedo sin munición”, se dijo para sí. No había tiempo para pensar. Solo podrían resistir, si trabajaban en equipo. Ahora mismo, Coraima era su mayor ventaja si lograba encontrarla.

Ambas, se levantaron preparándose para lo peor. Ante ellas, un interminable camino de obstáculos les desafiaba con solo mostrar una lluvia de pintura, proveniente de toda dirección. Era como encontrar un refugio, en una noche de tormenta sin luz en la calle. Paula echó a correr sin miedo, tardaría minutos en percatarse de su compañera, no se atrevió a seguirla.

Una fuerte salpicadura de pintura, impactó en plena cara. Cayó al suelo. Sin haber notado dolor alguno, Paula se enfrentaba a una realidad mucho más aterradora: no podía ver.

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Se quitó la pintura de las gafas protectoras tan pronto como pudo, pero contaba con un claro inconveniente. Dicho líquido estaba diseñado para quedarse pegado, en cualquier tipo de material. Aun habiendo limpiado la mayor parte del cristal, seguía viendo un paisaje difuminado. Destellos luminosos y coloridos la bombardeaban. Estaba tan distraída por tratar de ver, que ni siquiera notaba la cantidad de pintura inundándole la ropa. Hubiera sido una agonía mucho más prematura, de no ser por una mano cogiéndola de la cintura, impulsándola lo suficiente como para levantarla del suelo.

—¡Corre!—le gritó una voz.

Fue todo lo que tuvo en mente. Paula no sabía si era de su equipo, u otro color. Poco importaba. Necesitaba cobertura. Sin más que decidir, las dos jugadoras corrieron a toda velocidad por el pasillo humeante. De milagro no resbalaron por el suelo lleno de líquido coloro.

Una vez notaban estar lejos de cualquier impacto, se tranquilizaron. Paula levantó brevemente sus gafas, para masajearse los párpados. Luego identificó a su acompañante.

—Gracias, Coraima.

La chica se volvió hacia ella. Por un momento, pareció sorprendida de haber sido capaz, de identificarla en medio de aquel caos.

—¿Cómo sabías que era yo?—preguntó.
—Por el champú—respondió Paula—. Huele de lejos.

Se rieron. Mantener el optimismo era importante, sobre todo en situaciones de emergencia. Ya haremos chistes luego, pensaba Paula. Como si le hubiera leído la mente, Coraima se adelantó en proporcionar información.

—¡Sé dónde están las otras!—gritó—¡Vente conmigo!

—Hay una de las nuestras que se ha quedado atrás—informó Paula.

—Ni de coña, tía—advirtió Coraima—. ¡No nos queda tiempo!

De pronto, una unidad formada por tres jugadoras fucsia las sorprendió de cerca. Recibieron una gran cantidad de pintura como desánimo a su alivio temporal. Ésta vez, Coraima resbaló accidentalmente quedando desarmada. Luego de verlo, Paula entró en cólera. Cogió el arma de su amiga y, armada con dos cañones de fuerte potencia, disparó a diestro y siniestro contra sus agresoras. Al ver cómo éstas se cubrían, logró tiempo suficiente para levantar a su amiga y seguir huyendo.

Mientras corrían, Coraima miró a su amiga sabiendo la respuesta que necesitaba.

—¿No vamos con las otras, verdad?
—No—contestó Paula—. Te lo he dicho, una de las nuestras se ha quedado atrás. ¿Te gustaría que te hubiera dejado ahí tirada, con esas tres mojándote?

Coraima se quedó muda. Pocas jugadoras habrían llegado a esa conclusión, más teniendo en cuenta el peligroso terreno donde jugaban. Paula decidió sentenciar su valentía, con una última afirmación.

—Que digan lo que quieran del equipo verde. Pero al menos, no abandonamos a las nuestras.

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